En los últimos años, la violencia escolar en Chile ha dejado de ser un hecho aislado para convertirse en una preocupación nacional. Según cifras de la Superintendencia de Educación, solo en 2024 se registraron más de 17.000 denuncias relacionadas con agresiones físicas, amenazas y acoso entre estudiantes. El fenómeno no distingue entre escuelas públicas o privadas y afecta a todos los niveles educativos.
Para Juan Pablo Catalán, académico de la Facultad de Educación y Ciencias Sociales de la UNAB, el problema refleja una crisis más profunda: “La violencia no se enseña, pero sí se hereda. Las escuelas chilenas, cada vez más, se han convertido en el espejo de un país fracturado. Las agresiones ya no sorprenden; se graban. Las amenazas no conmueven; se viralizan. Y en medio de este torbellino, hay una figura que resiste sola: El profesor.”
En respuesta, el Ministerio de Educación ha puesto en marcha la estrategia “Presentes contra la violencia”, que contempla patrullajes preventivos en entornos escolares, talleres socioemocionales y capacitaciones para docentes. No obstante, especialistas advierten que, aunque estas acciones son valiosas, no abordan las raíces estructurales del problema.
El Informe Nacional de Convivencia Escolar 2024 confirma que los climas escolares negativos afectan de forma directa la asistencia, el rendimiento y la permanencia de los estudiantes. La violencia interrumpe los procesos de aprendizaje y deteriora la salud mental de toda la comunidad educativa.
Catalán enfatiza la necesidad de una mirada más integral: “Necesitamos que los equipos directivos se comprometan con la formación de escuelas para padres, porque la educación emocional comienza en la casa. Necesitamos que el aula sea vista como parte de un ecosistema, no como el único espacio de reparación.”
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